Sentimientos, emociones y pasiones

Estas tres palabras suelen usarse de modos muy parecidos, y sólo en ciertas filosofías adquieren significados verdaderamente diferentes. Aquí preferiremos usar como sinónimos a “sentimientos” y “emociones”. La palabra “pasiones” la reservaremos para sentimientos profundos y encendidos. La dificultad de definir a las emociones y los sentimientos está en que usamos estas palabras y las entendemos inmediatamente. Sin embargo, preguntar qué son los sentimientos, resulta bastante difícil. Veamos algunas definiciones.

En Wikipedia encontramos una definición sacada de la neurociencia:

Las emociones son reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos del individuo cuando percibe un objeto, persona, lugar, suceso, o recuerdo importante. Psicológicamente, las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas guía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria. Los sentimientos son el resultado de las emociones y pueden ser verbalizadas (palabras). (“Emoción”, en https://es.wikipedia.org/wiki/Emoci%C3%B3n, consultado el 28 de mayo de 2016.)

Según esta definición, la emoción pertenece al cuerpo y la mente, e implica una respuesta (adaptativa) a las personas y las cosas; hace que prestemos atención y relacionemos lo que experimentamos con experiencias pasadas. Ahora, cuando estas “respuestas” se ponen en palabras, las dejamos de llamar emociones, y ahora las nombramos sentimientos.

 

La primera definición que da el diccionario de Abaggano es muy parecida a la de Wikipedia:

En general se aplica este nombre a todo estado, movimiento o condición por el cual el animal o el hombre advierte el valor (el alcance o la importancia) que una situación determinada tiene para su vida, sus necesidades, sus interese.

En este caso la reacción implica cierta valoración, por ejemplo si es agradable o molesto. Esta valoración se relaciona con lo que consideramos apropiado para nuestra vida. En ese sentido se parece a la respuesta adaptativa adaptativas descritas en la otra definición.

 

Agnes Heller nos recuerda que el tema de los sentimientos es muy antiguo en la filosofía, y que a diferencia de estas definiciones sacadas de Wikipedia y Abaggnano, los sentimientos fueron descritos en relación a su valor moral. En efecto, los sentimientos no sólo implican valoraciones, sino que desde la Antigüedad se asumió que había sentimientos virtuosos y otros viciosos. En palabras de Heller:

El ángulo desde el que se situaba el tema de los sentimientos varió considerablemente de un período histórico a otro, e incluso dentro del mismo período. En la antigüedad, el sentimiento esta fundamentalmente una cuestión ética, y el análisis de los sentimientos se subordinaba siempre al análisis de las virtudes. Si se asignaban virtudes distintas a los diversos estratos de la sociedad –como lo hizo Platón [en República]–, también les correspondían sentimientos diferentes. Si el hombre más virtuoso es el buen ciudadano –como defendía Aristóteles–, entonces hay que medir los sentimientos con el baremo del ciudadano Si se considera como bien supremo una vida orientada al placer –caso del hedonismo– hay que poner el acento en el desarrollo de la capacidad de gozar- Y así sucesivamente. Las preguntas que se hacía la cristiandad medieval eran también fundamentalmente éticas, pero su norma de virtud era el buen cristiano. En el dualismo entre alma y cuerpo sólo los sentimientos del alma –espirituales– pueden referirse al Bien, mientras que los pertenecientes al cuerpo quedaban situados en el polo negativo, y debían ser reprimidos a ser posible, o por lo menos controlados. (Agnes Heller, Teoría de los sentimientos, trad. Francisco Cusó. Fontamara, Barcelona, p. 7 )

 

Históricamente no sólo han sido devaluados ciertos sentimientos, sino que incluso para el racionalismo, en especial el moderno, los sentimientos confundían a la razón. Incluso se llega a formular la famosa oposición entre razón y sentimientos. Siguiendo a Jesús Adrián Escudero:

El universo de las afecciones y las emociones no goza de buena prensa en la historia de la filosofía: estigmatizado desde Platón y arrinconado por Descartes por su incapacidad de aportar conocimiento verdadero, vemos que los sentimientos como el amor, el odio, la vergüenza, la alegría o el odio no tienen cabida en los grandes relatos de los tratados filosóficos. Su carácter difuso y ambiguo no encaja en el modelo de filosofía inspirado en la certeza del conocimiento matemático. Desde esta perspectiva los sentimientos se consideran actos borrosos que nublan la claridad del pensamiento racional y que, por tanto, carecen de toda fuerza epistemológica. Nos hallamos, como señala Scheler en El formalismo en la ética y la ética material de los valores, ante la clásica división entre sensibilidad y razón. Una división que empieza a resquebrajarse en la segunda mitad del siglo XIX con autores como Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche que ahondan en los sentimientos metafísicos y las fuerzas dionisiacas como elementos primordiales de la existencia humana, elementos que empiezan a aflorar en el idealismo alemán. (Jesús Adrián Escudero, “Hacia una fenomenología de los afectos: Martin Heidegger y Max Scheler.  Thémata. Revista de filosofía. núm. 39, 2007, p. 2, http://institucional.us.es/revistas/themata/39/art46.pdf)

Un ejemplo claro de racionalismo lo encontramos en Descartes. Para él, las emociones son objeto de conocimiento, pero no ayudan a la ciencia. Éstas se encuentran en la mente, y no tienen una relación con las cosas que vemos y percibimos como reales (materiales). El filósofo francés define a las emociones del siguiente modo en El tratado de las pasiones del alma:

Después de haber considerado en qué difieren las pasiones del alma de todos los demás pensamientos de la misma, creo que se puede en general definirlas como percepciones, o los sentimientos, o las emociones del alma, que se refieren particularmente a ella, y que son causadas, sostenidas y fortificadas por algún movimiento de los espíritus. (René Descartes, El tratado de las pasiones del alma, art. 27.)

A diferencia de las precepciones que refieren a las cosas que podemos medir y pesar y que se encuentran en el mundo externo (p. ej. árboles, carreteras, edificios), las emociones las sentimos en relación a nuestra misma alma, y no aquello que sentimos gracias a nuestro cuerpo, como los olores y los sonidos. Nótese que en la cita se habla de que las emociones son “causadas, sostenidas y fortificadas” por algún movimiento de los “espíritus”; en este texto Descartes habla de espíritus en un sentido muy particular: no son almas ni entidades fantasmagóricas, los espíritus son “cierto aire o viento muy sutil” que mueven los cuerpos (músculos y nervios) de los animales. En otras palabras, los espíritus son una entidad que Descartes suponía permitía vincular el alma con el cuerpo. Sobra decir, que no hay prueba científica de la existencia de eso espíritus.

Frente a esta postura que hace de las emociones una cuestión del alma, como dice la cita de Escudero, tenemos las propuestas románticas de finales del siglo XIX y las de la fenomenología del siglo XX. Para Husserl y Heidegger, por ejemplo, las emociones no sólo tenían lugar en la mente y el cuerpo, sino que determinan cómo veíamos el mundo. Para estos fenomenólogos debíamos reconocer que no existe una neutralidad completa: siempre tenemos emociones y las cosas nos importan o no dependiendo de las emociones que están en juego. Así, nunca será igual una persona amada a otra que nos es indiferente, y nos suele ser más comprensible una materia que nos es placentera, a otra que nos fastidia. Es en esta tónica que Agnes Heller señala que

Sentir significa estar implicado en algo. […] Siento que estoy implicada en algo. Ese ‘algo’ puede ser cualquier cosa: otro ser humano, un concepto, yo misma, un proceso, un problema, una situación, otro sentimiento… otra implicación. El que yo esté implicada en algo no significa de ningún modo que ‘algo’ sea un objeto determinado concretamente. Por ejemplo, puede haber deseo o temor ‘sin objeto’ (ansiedad). Pero el ‘algo’ en que estoy implicada, por indeterminado que pueda ser tal pensamiento, es en cualquier caso algo presente, Si experimento ansiedad, estoy implicada, negativamente, en ser-en-el-mundo. La implicación puede ser positiva o negativa, activa o reactiva, y también directa o indirecta. (Agnes Heller, Teoría de los sentimientos, trad. Francisco Cusó. Fontamara, Barcelona, p. 16.)

Así, cuando hablamos de sentimientos, Heller nos dice que nos referimos a los modos en los que nos interesamos. Pero este interés, es importante aclarar, nos abarca por completo. Es decir, uno no siente una idea aburrida ni sentimos un juego alegre. Si decimos que una idea es aburrida o que un juego es alegre, es porque nos sentimos (todo nuestro cuerpo y mente) aburridos al pensar esa idea o alegres al jugar ese juego. En otras palaras, la emoción nos embarga por completo; estar implicado quiere decir entonces estar completamente implicado.

Heller agrega que los sentimientos pueden ser positivos, negativos, activos, reactivos, directos e indirectos. Esto lo explica con ejemplos. El primer caso es alguien que resuelve un problema de matemáticas. Si esta persona realiza el problema porque le gusta y decide hacerlo, entonces es un sentimiento positivo (placentero) y activo (la persona activamente se implica en el problema de matemáticas). Si se hace el problema porque se va a ganar un premio por contestarlo correctamente, entonces el sentimiento es indirecto (lo deseado es el premio, no el problema de matemáticas). Sería una implicación directa si el problema fuera resuelto por el mero gusto de realizarlo. Ahora, si no le gustan las matemáticas, entonces el sentimiento será negativo (displacer).

Para explicar qué es una implicación reactiva, Heller pone el ejemplo de quién se entera de la muerte de alguien conocido. Cuando eso ocurre, uno reacciona con empatía o miedo. En cambio, si desconocemos a la persona, y no encontramos ningún vínculo con ella (como cuando leemos las esquelas), entonces no reaccionamos afectivamente; no estamos implicados en la noticia de su muerte.

Como puede verse, las definiciones de sentimiento, emoción y pasión tienen un vínculo importante con la ética. Si concedemos que las emociones se vinculan con los valores, tendremos que aceptar que ellas guían nuestras decisiones. Por otro lado, si creemos que las emociones oscurecen nuestro juicio o razón, entonces buscaremos controlarlas, ignorarlas, y así actuar fríamente. Por último, si le hacemos caso a Heller, reconoceremos que los sentimientos no son sólo cosas que tenemos en la cabeza, sino que son “coloraciones” de nuestra personalidad, y que ellas nos permiten acercarnos a las cosas, reaccionar y entenderlas.

Sebastián Lomelí.

 

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