El término “vecindad” refiere a la proximidad temporal y espacial de vivientes de diferentes especies, a la manera en que cohabitan, interactúan y se repercuten unos a otros, incluida la posibilidad de problematizar cómo sus acciones y actividades alteran el planeta, así como el impacto de las acciones humanas en otros seres vivos, no sólo en relación con los efectos que pueden tener sobre la especie humana las alteraciones que ella misma ha inflingido en otros vivientes y en la naturaleza, sino a partir de una consideración ética de estos últimos. Una autora que no emplea el término “vecindad”, pero que se pregunta por las maneras en que vivimos con otros animales, además de con otros humanos y con las máquinas, es Joanna Zylinska, filósofa inglesa que puntualiza que la cuestión implica también preguntarnos por cómo vivir (o vivimos) como animales. Zylinska señala que la ética no trata tanto de respeto como de responsabilidad, en tanto el primero supone que se está completamente constituido como agente moral antes del encuentro con cualquier otro, dando a éste el don del reconocimiento y cuidado. Para ella, pensar la ética desde la responsabilidad moral, implica que cualquier posición y actitud que se asuma hacia los otros, constituye ya una respuesta a la demanda y la presencia del otro. Esta autora retoma la noción “Antropoceno” del discurso científico, no tanto como la descripción de una posible nueva era geológica, sino como un “indicador ético”, que repara en la responsabilidad ética en relación con el impacto de las acciones humanas en otros vivientes y en la ecósfera; y ofrece 21 tesis presentadas como una ética mínima, que pueden ser a su vez retomadas y discutidas, para el “Antropoceno”, sin adherirse a éste como una narración apocalíptica, sino poniendo el acento en que la ética es inevitable en tanto los seres humanos han de responder “a que hay otros procesos y otras entidades en el mundo”, además de que esta respuesta no se entiende como mera reacción pasiva, sino que constituye una manera de “llegar-a-ser-algo”, es pues, una forma de hacernos responsables ante la multiplicidad del mundo, en nuestras relaciones hacia él y en él, siendo esta respuesta no sólo discursiva, sino afectiva y corpórea. A partir de esta aproximación, podríamos plantearnos las siguientes preguntas en relación, por ejemplo, con los desechos de la vida cotidiana y de la producción industrial, como el aluminio, el hormigón, el plástico, los restos de pruebas nucleares, la basura, el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero: ¿A qué vivientes afecta más el ser humano, a los que le son vecinos próximos o lejanos? ¿De qué maneras lo hace? ¿Cómo puede darse una respuesta discursiva, afectiva y corpórea, por ejemplo, ante la alteración que introduce el ser humano en otros vivientes y en la ecósfera con sus desechos en sus actividades cotidianas como lavar, comer, transportarse o bañarse, o con los generados por las industrias? ¿Cómo se transforma el ser humano a sí mismo según se haga responsable o no de sus desechos?