No quiero avisarle a nadie…

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—Hola, Paty. ¿Cómo estás?

—Bien, Jorge, gracias. ¿Y tú?

—Un poco preocupado por Francisco. Se peleó con su mamá y lo corrió de su casa. No sé qué va a hacer. Con lo que gana, no va a poder mantenerse y, si consigue otro trabajo, no podrá seguir estudiando.

—En eso debió pensar antes de hacerla enojar de nuevo. Ya se lo había advertido la vez anterior.

—¿Cómo? ¿Ya se lo había advertido la señora?

—Sí, hace dos semanas, me dijo Francisco. También habían discutido muy fuerte porque, además de llegar tarde, no le había llamado ni a ella ni a sus hermanas para avisarles dónde andaba. Al parecer eso hubiera sido suficiente, pero él cree que ya es grande como para tener que avisarle dónde y con quién anda.

—Es cierto que ya no es un chiquillo, el próximo mes va a cumplir dieciocho años. Ni modo que todavía tenga que andar pidiéndole permiso o avisándole de todo lo que hace.

—Yo creo que no es cuestión de ser mayor o menor de edad, sino de respeto, de consideración con quienes compartes tu vida y se preocupan por ti. Su mamá no le exige que pida permiso, sino que le llame para avisar si llegará tarde para no estar con la preocupación.

—Sí, es cierto. Pero Francisco dice que, aunque se supone que solamente debe avisar, cuando le llama, su mamá siempre le ordena que ya se regrese y ni siquiera le deja explicarle. Cree que ella únicamente quiere controlarlo todo el tiempo y que por eso le compraron el celular nuevo para que él no tenga pretextos, como que se le acabó el crédito o que su celular no siempre funciona.

—Quizá sea cierto que ella quiera controlarlo, pero tal vez eso se debe a que parece que él aún no es capaz de controlarse a sí mismo. Unos días llega tarde porque se va con sus amigos, otros días porque se va con alguna de sus novias y no falta que, cuando se va temprano a su casa, se quede platicando con sus amigos del barrio.

—Es por eso que él pelea su derecho a ser más autónomo, desea que su mamá respete sus necesidades, sus decisiones, su libertad. A fin de cuentas, siempre llega a su casa, aunque sea un poco tarde, y procura no andar de vicioso ni descuidar la escuela. A ti te consta, Patricia, que a veces llega tarde por hacer las tareas con nosotros.

—Nadie está poniendo en cuestión eso, Jorge. Yo sé que Francisco es un buen chico y que procura ser responsable. Pero, si no es capaz de tomar en cuenta la preocupación de las personas con las que vive, de alguna manera está siendo irresponsable, y quizá de un modo más grave de lo que él cree. En primer lugar porque en estos días no es posible dejar de preocuparse y, por más que su mamá o sus hermanas quieran confiar en él, no se puede dejar de sentir miedo de que algo malo le pase.

—Pero, entonces, ¿el miedo de ellas debe limitar la libertad de Francisco? ¿Calmar sus miedos es más importante que él pueda tener una vida independiente? Eso un día debe terminar, se deben acostumbrar a que ya no es un niño, y que tiene sus propios compromisos y necesita algo de intimidad. Ni modo que siempre le diga a su mamá que ya anda con una, que ya salió con otra, o que está con este amigo o con aquel otro. Uno no siempre tiene claro a dónde va o si va a salir una oportunidad o un compromiso.

—No, Jorge. No se trata de que el miedo te limite. Todos estamos obligados a aprender a ser libres. Aunque debemos tomar en consideración las razones por las que sentimos miedo de que algo inesperado o indeseable suceda.

—¡Cierto! Nadie está a salvo de las cosas malas que pasan en estos días, ni de los accidentes.

—Además, Jorge, no es mala idea tener en consideración sentimientos de los otros. Por el contrario, es una manera de mostrar que ellos nos importan. Si actuáramos como Francisco, no estaríamos siendo racionales ni considerados. Parece que no tiene claro para qué quiere ser libre. Yo creo que los límites a su libertad se los está poniendo él mismo.

—Es muy interesante cómo lo dices, Paty, pero creo que debemos cuidarnos. No está bien dejarnos gobernar por lo que otros quieren, mucho más si se trata, no de razones, sino de sentimientos. Los sentimientos son irracionales e incontrolables. Debemos forjar nuestro carácter incluso contra la opinión de otros, especialmente en contra de aquellos que pueden e intentan chantajearnos. Si uno no lo hace así, termina sin voluntad propia, no tiene autonomía ni independencia y, mucho menos, libertad.

—Son temas diferentes, Jorge, y se tienen que tomar en cuenta las circunstancias para definir qué sucede en cada caso. Cuidar la propia voluntad no tiene por qué estar peleado con aprender a tomar en cuenta la voluntad de otros. No siempre se puede hacer lo que uno quiere o, aunque se pueda, no siempre lo que queremos es lo que más nos conviene.

—Tienes razón, Paty.

—Además, Jorge, no solo se trata de lo que nos conviene como individuos, sino colectivamente, como familia o grupo de amigos. Si aprendemos a reflexionar en lo que realmente queremos, nos damos cuenta de que muchas cosas que suponemos que queremos, son meros deseos, podemos dejarlos a un lado. A veces hay que buscar un bien mayor o no perder un bien mayor que ya tenemos.

—Bueno, Paty, en esto de la voluntad creo que tienes mucha razón. Yo por eso estoy preocupado. Creo que él no quería dejar su casa ni estar expuesto a muchas cosas. Lo que él quería era ser un poco más libre, que respetaran su intimidad, sus decisiones, que lo dejaran ser un poco más autónomo. Ahora tendrá que sufrir algo que no quería, y todo por tratar de lograr, de un modo incorrecto, lo que quería.

—Por eso es importante que meditemos en lo que queremos y cómo lo queremos, para no quedar atrapados en las consecuencias de nuestros actos, más si lo queremos sin haber reflexionado. Francisco debía saber que estar peleando de esa forma por su autonomía, podía llevarlo a situaciones que quedarían lejos de su control, de lo que él realmente quería; pero eso debió hacer que planteara las cosas de otro modo, y a moderar sus actos en busca de libertad.

—Sí, es cierto, Paty; haber manejado la situación de otro modo, hubiera sido muestra de una libertad más fuerte y más inteligente. Ahora va a tener que sufrir las consecuencias de su torpeza. Pero quizá le venga bien, ya que él no solamente quiere ser libre.

—Entonces, ¿qué más quiere?

—También quiere ser independiente. Un día me platicó que deseaba vivir solo para no tener que rendirle cuentas a nadie.

—Ese es un deseo que muchos tenemos, pero ser independientes no significa olvidarnos de las angustias o preocupaciones de las personas que nos quieren. Usar nuestra libertad para ser independientes me parece una buena idea, pero la independencia no debe llevar a la ruptura, a la soledad, a más complicaciones, sino a ser capaces de asumir más responsabilidades.

—Cierto, Paty, pero, ¿no te parece que su mamá no ayudó mucho al tratar de imponerle sus reglas? ¿No te parece que con eso solo le restó autonomía?

—Quizá ese no es el mejor modo, pero las reglas son algo que resulta inevitable en la vida y es bueno aprender a ser autónomo a pesar de ellas.

—¿Cómo? No entiendo muy bien…

—Siempre habrá alguien que trate de imponer sus reglas, pero hay que reconocer cuándo puede ser conveniente o razonable. En lugar de pelear porque nos parece detestable que otros nos quieran someter a sus reglas, resultaría mejor reflexionar qué es lo que realmente queremos. Si las reglas nos permiten vivir mejor, ¿cuál es el problema con aprender a ceder?

—Paty, pero es muy complicado diferenciar todo esto cuando te están pasando las cosas. Seguramente Francisco terminará comprendiendo todo esto por su cuenta. Sólo defendía su libertad. ¿No crees que su mamá debería tener más claro todo esto? Debió ser más comprensiva.

—No, Jorge, por el contrario, quizá su mamá sabe que es necesario que él se enfrente con todo lo que implica querer ser libre, con lo que tendrá que enfrentar, y no sólo ahora. Y más complejo es cuando se pretende ser libre sin tomar en cuenta a los demás. También hay una enseñanza en esto: al mismo tiempo que teme lo que pueda pasarle a él mientras busca ser libre, ella está enfrentando sus miedos. Espera que así él aprenda a ser libre. ¿Te das cuenta? Quizá dejando de tener miedo de la libertad del otro es como aprendemos a ser libres.

—¡Oh, Paty! ¡Qué razón tienes! Nunca me hubiera dado cuenta que nosotros mismos estamos preocupados por Francisco. Estamos tomando en cuenta las razones y sentimientos involucrados en la libertad de nuestro amigo. Se metió en una situación que se le está complicando, y todo por no querer pensar en nadie más sino en él mismo. Su libertad puede llevarlo a quedarse solo. ¡Ven, vamos a buscarlo! ¡Hay que hablar con él…!

Rafael Ángel Gómez Choreño

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