Diego llegó a su salón. Iba ensimismado. La noche anterior visitó las exposiciones de la feria. Se detuvo en una de artesanías. Ahí conoció a Rubelio, vendedor de amate. Le compró un cuadro de un paisaje nocturno. Platicaron unos minutos. Lo suficiente para que Diego quedara admirado. Se había enterado cómo se produce el amate: descortezan el jonote, separan la fibra que hay bajo la corteza, la hierven en agua con cal y ceniza, forman una rejilla que luego golpean hasta extender el papel y lo dejan secar.
“¡¿Cómo lo descubrieron?!”, pensó admirado al recordar que algunos códices prehispánicos fueron escritos en amate. Luego calculó la poca fibra que se obtiene de un árbol y su gesto cambió: “¡Cuántos árboles se emplean para hacer un libro de cincuenta hojas!”. Recordó la plática con Rubelio en que se describía la producción del amate. Se preguntó la cantidad de árboles que murieron para que él tuviera ese adorno.
Alejandra, su compañera, al observar cómo cambiaba el rostro de Diego, le preguntó qué estaba pensando. Ricardo estaba cerca. Al escuchar su respuesta dijo despectivo que era tonto preguntarse cuántos árboles mueren para hacer algo. Ami simuló no escucharlo y dijo que le gustaba mucho el amate, pero le daba tristeza que murieran árboles para satisfacer un gusto.
Ricardo comentó: “Pues se trata de una tristeza tonta. Todos los seres vivos tienen que morir, tarde o temprano. Además, mueren árboles para que tengas papel y a ti te gusta leer y escribir; para que haya pintura, y te gusta pintar. Tan solo el carbón, ¿cómo se cocinan los tamales? Y a ti y a Alejandra les gustan mucho. Si no murieran árboles, no habría muchas cosas que te gustan. Además, a veces no es por gusto sino por necesidad. Por eso se les llama recursos naturales”.
Diego interrumpió: “Ahí está la importancia de lo que hace Rubelio. Y por eso no son preguntas tontas. Él no solo produce papel sino que junto con su papá, en su terreno siembra jonote. ¿Cuántos artesanos lo hacen? ¡Casi ninguno! Incluso a ellos les roban árboles por la noche”.
Ami dijo que hay lugares en que antes de cortar un árbol, los leñadores piden permiso al árbol y explican para qué lo van a hacer. Ricardo exclamó: “¡Eso se pasa de tonto! Los árboles no son personas, ni son como las personas. No sienten, no piensan. Los árboles y las personas somos totalmente diferentes”.
Alejandra respondió: “Ricardo, antes dijiste que ambos somos seres vivos. Entonces no somos totalmente distintos. Además, formamos parte de la biosfera y del universo. En eso también nos parecemos. Claro, depende cómo veas a los árboles. Si consideras que solo son recursos naturales, piensas en cortarlos o, en el mejor de los casos, en cortarlos y sembrar para luego cortarlos. Pero si los ves como parte de un ecosistema, te das cuenta de que son seres vivos y que, como tú, merecen respeto. Pero que, a diferencia de ti, no tienen responsabilidad. En eso somos muy diferentes: ellos son vulnerables frente a nosotros, y nosotros tenemos responsabilidad”.
Ricardo encaró a su compañera: “¡Uf, no vayas a salir que nuestros brazos son ramas y nuestra sangre es savia y que nuestros pies raíces! ¿Y tener respeto hacia ellos? ¡Ya lo dije! ¡Pero si no son personas!”.
Alejandra respondió a Ricardo: “Te gusta que tengamos en cuenta tus ideas, que te escuchemos con atención. Disfrutas tener la razón. Eres como un macho alfa. ¿Sabes que en un bosque hay árboles que crecen más que otros? Sobresalen en el paisaje. Se ven como si dominaran a los demás árboles. Podríamos llamarlos árboles alfa. Entonces hay cierto parecido entre nosotros además de que somos seres vivos. Tú serías un árbol alfa”.
Ami intervino: “Alejandra tiene razón. No puede haber igualdad en todo. Yo creo que debemos amar a los árboles y a los animales”.
Cuando Ami terminó de hablar, Ricardo: dijo en tono burlón: “Uy sí, y abrazarlos y besarlos”. La chica respondió rápidamente: “¡Y por qué no!”. Ricardo continuó: “Y después los cortas y te los comes”. Ella no supo qué contestar y calló. Estaba enojada.
Diego intervino: “Tal vez los árboles no sientan dolor. Pero sí tenemos similitudes. Son como algunos seres humanos; dependen de las decisiones que toman otros. Los árboles son como personas indefensas ante nuestras decisiones. De esta manera, como nosotros podemos decidir y ellos no, tenemos más poder sobre ellos. Y lo que dice Alejandra me parece importante: debemos responsabilizarnos de ellos porque tenemos poder; ellos son vulnerables frente a lo que hacemos. Además, como dice Ale, con ellos formamos parte de un ecosistema”.
Ricardo contestó a Diego: “¡No me digas! Entonces, si dependen de nuestras decisiones, si decido que crezca rápido, ¿el árbol crece rápido? No es así. ¡Y no me salgas ahora que soy responsable del hambre y la violencia en África!”.
Alejandra se dirigió a Ricardo y le dijo pausadamente: “Crees que no tienes responsabilidad porque África está lejos de ti, ¿pero sabes de dónde viene el coltán con que se fabricó tu celular y tu lap? Crees que no eres responsable de la tala de árboles en el Amazonas, ¿pero sabes de dónde viene lo que compras? No, no eres el causante. Eso es cierto, pero piensa si tienes o no, alguna responsabilidad”.
Ami tomó la palabra: “Además, si tú sabes que tirar aceite en las raíces de un árbol o quemar una llanta junto a él puede matarlo, no debes hacerlo. A veces conocer es básico para tomar decisiones que afecten más o que afecten menos o que simplemente no dañen”.
Ricardo contestó entre burlón y molesto: “¿¡Y para qué voy a tirar aceite en las raíces de un árbol o para qué voy a quemar una llanta!? ¡No estoy loco!”.
Ami explicó: “Tal vez no lo has hecho, pero hay talleres mecánicos en los que prefieren tirar el aceite donde sea más fácil y rápido, que manejarlo como debe ser. Y hay gente que no quema llantas, pero sí basura… Por deshacernos de un problema que es nuestro o por ignorancia, perjudicamos a otros”.
Diego agregó: “Además, es importante lo que para uno sea importante”. Ricardo dijo que no entendía el comentario, que eso parecía trabalenguas. Diego dijo de manera pausada: “Déjame que te explique. Por ejemplo, Rubelio no gana el mismo dinero que sus paisanos porque reforesta su tierra en lugar de dedicarla a algo que le dé más ganancia. Por eso dije que tiene importancia lo que para ti sea importante”.
Alejandra advirtió: “Pero con sus acciones, por muy bien intencionadas que sean, Rubelio puede dañar. Si cultiva solamente jonotes en su terreno, a largo plazo puede afectar ese ecosistema. Por ignorancia podemos dañar”.
Diego dijo con entusiasmo: “¿Se dan cuenta? Hay otra similitud entre los árboles y nosotros: la diversidad es mejor que los monopolios, sean culturales, económicos o biológicos”.
Alejandra insistió en su idea: “Pero hay otras acciones que pueden ser bien intencionadas y dañar por ignorancia. Si Rubelio planta el jonote en un bosque que no es su hábitat natural… Esos ecosistemas se vuelven menos adaptables a los cambios del ambiente. Y ocurre que el ambiente está cambiando…”.
Ricardo volvió a su idea: “Pues insisto: ese Rubelio está mal de la cabeza; con dinero baila el perro. Debería buscar cómo hacer el amate más rápido y barato. Así ganará más”.
Ami cuestionó: “Pero si todos pusieran lo económico por delante del bien de los demás, ¿cómo sería este mundo?”.
Ricardo criticó a su compañera: “Tú hablas del bien como si fuera para todos por igual. Pero cada quien debe ver por su propia conveniencia. Por eso hay que ser competente. Si no, no habría progreso o mucha gente moriría. No todos somos iguales”.
Diego: “Pero cuando ves por los demás también lo haces por tu propia conveniencia. ¿Qué será de él, de Rubelio, sin jonotes? Por eso, también insisto, lo que él hace es importante: siembra para conservar”.
Alejandra: “Creo que hay otra razón más que solo conservar para nuestro beneficio. Los árboles ayudan a que haya agua, a producir oxígeno, a que vivan otras especies, detienen la tierra, evitan la erosión… como nosotros, forman parte de un ecosistema. Y es un ecosistema no solo para nosotros, para los que vivimos ahora; también lo será para quienes vivan después”.
En ese momento Paula entró emocionada, venía del laboratorio. Había logrado ver plantas minúsculas en el microscopio. Lo comentó alegre. Ricardo dijo: “Para que vean. Eso sí es importante. Esas plantas ayudan a la alimentación o a fabricar medicamentos”. Paula comentó: “Pues no sé si son útiles o no. Yo las vi y son hermosas. Hasta pensé cómo se vería una secuoya gigante en un microscopio”.
Ami comentó: “Me gustaría ver los árboles que dan cuarenta frutas diferentes. Un señor… Van Aken creo que se llama, injertó en un tronco, en un solo tronco, varias ramas de árboles frutales. Ahora ese árbol produce duraznos, ciruelas, nectarinas, albaricoques, cerezas y creo que pronto almendras”.
“Uy, ahora resulta que tienes muy buena memoria”, dijo Ricardo burlándose.
Alejandra dijo pensativa: “Suena impresionante y hasta divertido, pero me pregunto si tenemos derecho a transformar el fenotipo de una planta. Esto nos convierte en parásitos de ellas en lugar de generar simbiosis. Además, es como si le hicieran una operación estética a una persona pero sin que ella lo autorizara, y solo para obtener ganancia aunque le causemos un daño”.
Ricardo: “Otra vez con tonterías. ¡Cómo va a autorizar un árbol! Lo que hace Van Aken es bueno porque genera dinero. Además, Diego diría que es bueno porque está contra los monopolios de árboles frutales”.
Alejandra: “Sí, genera dinero, de acuerdo. Pero un cambio así en el fenotipo puede alterar la relación entre especies. Ocasiona efectos como la migración de polinizadores, y esto tiene impactos en otras especies que o desaparecen o emigran, y otras que pueden llegar. Además, el fruto se obtiene con otras características. No todos los ecosistemas pueden adaptarse a esos cambios… ¿Podemos tener la seguridad de lo que pasará con esos ecosistemas?”.
Ami: “¡Yo me pregunto si haríamos injertos con un ser humano!”.
Víctor Florencio Ramírez Hernández